Función pública de ultramar: anécdotas de corrupción

Un familiar un tanto alocado tiene lazos conyugales con una persona que nació y estudió en Méjico. Tras arreglar el papeleo ahora ya estám ambos aquí (y no piensan volver).

Esta persona cuenta que una asignatura de su carrera universitaria se le atravesó allá en su país natal. El profesor le ofreció solucionar el asunto de una manera sencilla: ella solo tenía que comprarle un equipo de música concreto para el coche. Final feliz: ahora esa persona tiene su títulito de egresada y el profesorsito conduse más amenisado.

Dado que esta persona es de una familia con recursos modestos, no quiero imaginar la facilidad con que conseguirá allá en Méjico un expediente deslumbrante alguien realmente pudiente.


Hace muchos años otro familiar, un amante de la vida loca, también arribó a aquellas tierras transatlánticas siguiendo a una mujer. Años después contaba la anécdota de como lo pararon en un control de carreteras en una ocasión. El policía lo reprendió por su insensatez, ya que era temerario viajar por aquella zona desarmado, según aseveraba el agente. El mismo policía le convenció de que debía portar una pistola y él mismo se ofreció a venderle una de segunda mano allí, en el arcén. No había pasado más que unas cuantas curvas cuando se topó con otro control de carretera. En esta ocasión, los compañeros del anterior agente esperaban a los incautos turistas para requisar las armas y multarlos convenientemente.

Así que ya no me quejaré tanto del funcionariado de a pie patrio. Al menos solo son ineficientes y vagos, pero no corruptos ¿verdad?